miércoles, 10 de marzo de 2021

LIBROS: Cometierra, de Dolores Reyes


 

La tierra sabe lo que se silencia sobre la superficie, contiene secretos que tal vez muchos sepan, pero no se animan a revelar. En esta novela de Dolores Reyes, la verdad se encuentra a mano, se la puede recoger en un puño: mujeres víctimas de la violencia de género, niños vejados por sus padres, jóvenes asesinados en peleas callejeras. La tierra lo sabe todo y se lo revelará a la protagonista de esta historia. Lo mejor de la novela: denunciar sin bajar línea apelando a un realismo atravesado por lo sobrenatural. Sus recursos: la simpleza del lenguaje, el registro del habla social, la representación del conurbano con sus excluidos, capítulos breves que le imprimen a la historia un ritmo sostenido, sin altibajos. Cometierra es un texto sin desperdicios, en donde cada frase está justificada. Es una historia áspera y a la vez lírica, oscura y al mismo tiempo luminosa, brutal pero también necesaria.

LIBROS: Ciencias morales, de Martín Kohan


La literatura argentina ha producido un vasto corpus de novelas cuyo tema central es la representación de la última dictadura en nuestro país. Ciencias morales, de Martín Kohan, es un texto cuyo anclaje se ubica en el referido período histórico, durante la guerra de Malvinas. El escenario privilegiado es el Colegio Nacional de Buenos Aires.

            María Teresa, protagonista central de la novela, es una joven preceptora que tiene a su cargo el control de una de las divisiones de tercer año. Su mirada deber ser, según lo que le ha indicado el señor Biasutto, jefe de preceptores, una mirada atenta, acechante, pero a la vez indiscreta. Debe vigilar sin que se note que vigile. De esa manera, la mirada adopta “el punto justo”, tal como la ha definido el propio Biasutto. María Teresa lleva ese precepto al extremo. Si el alumno Baragli fuma en el baño, como ella sospecha, deberá descubrirlo in fraganti. Para lograrlo, se introduce día tras día, durante los recreos, en uno de los cubículos del baño de los varones y, desde allí, acecha esperando el momento en que la falta se produzca.

            La novela delimita claramente dos espacios: un adentro, rodeado por las gruesas paredes del colegio, en donde reina el orden y la disciplina; y un afuera que es visto por las autoridades como una amenaza. “Allí afuera”, dice con tono solemne el Vicerrector en una imprevista reunión de preceptores, “quiero decir en la calle, se verifica algún desorden en estos momentos”. Ante esta imprevista situación, se adoptan las medidas que el caso requiere: se cierran las puertas principales y las ventanas, se continua con la actividad académica en forma normal y, al final de la jornada, se hace salir a los alumnos por un lugar alternativo: por una de las puertas ubicadas sobre la calle Moreno. Una vez que los alumnos hayan salido deben seguir un protocolo estipulado en el adentro: evitar la Plaza de Mayo, tomar cualquier colectivo para alejarse rápido de la zona del conflicto, no correr, pero tampoco detenerse, no desviarse, no demorarse más de lo necesario.

            El adentro nunca es invadido por el afuera. Pero el afuera, el que abarca las inmediaciones del colegio, no es un espacio de liberación, un sitio en el que las premisas internas pierden validez. Los alumnos saben que aun estando a pocas cuadras del colegio deben seguir prestando atención a las normas. Aquí, María Teresa, se convierte una vez más en el agente que verifica su cumplimiento. Recorriendo la vereda del colegio de forma casual —tal como el señor Biasutto le ha enseñado—, descubre a la alumna Dreiman apoyada de forma incorrecta sobre el torso del alumno Baragli. Entonces, intimida a la alumna para que abandone esa posición que oscila entre lo varonil y lo transgresor. El orden se reestablece al instante y Dreiman normaliza su postura mientras se acomoda pudorosa su jumper.

            Hay también otro afuera que se ubica en el adentro del colegio. Me refiero al patio. Ese tampoco es un ámbito en el que los protocolos se tornan laxos. Allí las reglas siguen teniendo vigencia. En el patio los alumnos deben formar rigurosamente de menor a mayor, las mujeres delante, los varones detrás. Y todos, sin excepción, deben lucir el uniforme reglamentario. También debe observarse que los alumnos no caigan en conductas impropias, como por ejemplo la del alumno Capelán, cuya mano tantea sugestivamente el hombro de la alumna Marré cuando toman distancia.

            El contexto histórico-político de la época se alude, no se menciona en forma directa. Hay disturbios en la Plaza de Mayo, pero no se dice por qué. Hay un programa televisivo que mira la madre de María Teresa en el que se juntan donaciones, pero no se dice con qué finalidad. El hermano de la protagonista es trasladado desde Villa Martelli, lugar en donde cumple con la conscripción, hacia el sur, pero no se sabe a ciencia cierta su destino. Todas estas incertidumbres, que el lector conocedor de la historia argentina sospecha, se hacen explícitas en el capítulo final. Siempre en el texto sobrevuela la sensación de que hay algo que no se está diciendo, pero que se sugiere. Algo que, a lo sumo, se dice en forma indirecta, o a través de circunloquios. Hay en la ficción una especie de velo que tiende ocultar a la verdad, a distorsionarla o a decirla a medias.

            Todo el peso de la narración recae sobre María Teresa, preceptora de tercero décima y persona que tiene a su cargo el control de la disciplina de los alumnos. Cumple su trabajo de manera puntillosa. Obsesiva, metódica en su accionar, nada parece escapársele. Sin embargo, suele mostrar momentos de debilidad, especialmente ante el alumno Baragli. Su mirada suele perturbarla, también el aroma de la colonia que usa, y es allí en donde aparece la autorrepresión. Porque si bien es cierto que debe controlar que nada se desborde y que todo se mantenga en la normalidad, también es cierto que sus propios deseos no deben desbordarla y que su deber es anularlos ni bien sienta un esbozo de ellos.

            Su contexto familiar está marcado por la carencia y el engaño, o más bien por el simulacro. Su hermano Francisco está lejos cumpliendo con el servicio militar y está siendo trasladado hacia el sur. Regularmente envía postales a su casa desde los diferentes lugares por los que pasa mientras es trasladado. Su madre, una mujer depresiva, llora por ese hijo ausente y prefiere que las postales se las lea su hija antes que hacerlo ella misma. Sin embargo, Francisco no dice mucho. Apenas una frase o tan solo su firma. “Dice que está bien”, le miente María Teresa a su madre, “y que nos extraña mucho”. La otra ausencia es la de su padre. Es evocado por primera vez por la protagonista cuando cree descubrir en Baragli un olor a cigarrillo. Hay allí un punto de contacto entre padre y alumno: el primero fumaba el mismo tipo de tabaco (negro) que el que, supuestamente, fuma el segundo. Esa asociación la devuelve a su infancia y a una escena que resulta imborrable en el recuerdo de cualquier hijo: la de su padre fumando por la noche, como si eso fuera parte de un rito que siempre debe cumplirse. En definitiva, eso es lo que es su padre para María Teresa, tan solo un recuerdo o, más bien, una ausencia.

            Control, disciplina, obediencia. Esos son los preceptos que deben seguirse. Y, por supuesto, castigar los desvíos. Todo debe aparentar una normalidad inalterable. Así debe ser la rutina dentro del Colegio Nacional de Buenos Aires, una institución que en la novela se construye como un remedo de otro orden aun mayor en el que está subsumida: el de un país amordazado por una feroz dictadura que, a pesar de sus intentos, no logró silenciar del todo.

Mario D. Foffano


martes, 2 de marzo de 2021

LIBROS: Siempre es difícil volver a casa, de Antonio Dal Masetto

 

Son cuatro hombres que nada tienen que perder: Ramiro, Cucurucho, Dante y Jorge. No tienen futuro y su presente es algo incierto, ilusorio, poco sustentable. Deciden entonces jugarse a todo o nada. Asaltarán el banco de un pequeño pueblo de provincia. Trazan un plan perfecto. Nada puede fallar. Sin embargo, algo sale mal y deben huir precipitadamente. Es allí en donde la población del lugar, abúlica y pasiva, reacciona salvaje y desmedidamente. Entonces, quienes en un principio se configuraban como la encarnación del mal, pasan a ser las víctimas de una locura que los persigue sin la menor compasión.

            El depositario del mal es, en esta novela de Dal Masetto, una sociedad que tiende a lo sádico. A medida que los hechos se suceden desfilan por el texto una serie de personajes que no son lo que parecen ser. Así el rol de las víctimas y de los victimarios se invierte progresivamente para llegar a un clímax en donde la locura colectiva alcanza características insospechadas.


LIBROS: La música del azar, de Paul Auster

 

Jim Nash se ha lanzado a una vida errante. Abandonado por su mujer y heredero de una pequeña fortuna por parte de su padre, se compra un Saab rojo y dedica sus días a vagabundear por Estados Unidos. Se siente libre. Nada lo ata a su vida pasada. Nada deja a sus espaldas. Así, goza de su soledad y ese desarraigo que él mismo se ha impuesto, se convierte en su única fuente de placer.

            Un día recoge en la carretera a un joven jugador de póquer, Jack Pozzi. Rápidamente se entabla entre ellos una íntima relación. Al principio, cada uno relata sus respectivos pasados. Son dos seres golpeados por la vida que buscan una especie de redención, algo que les indique que la vida merece ser vivida.

            Nash decide convertirse en el socio capitalista de Jack e invierte sus últimos diez mil dólares en una partida de póquer que, en los papeles, terminaría haciéndolos ricos. Así llegan a la mansión de dos curiosos, excéntricos y patéticos millonarios que lograron su fortuna gracias a un billete de lotería. Según Jack, son dos tontos a los que ganarles su dinero no es más que un juego de niños. Tan solo unas cuantas horas de juego alcanzarían para alzarse con una buena suma. Nash se decide y le presta su dinero.

            A partir de allí, ambos resignan su vida errante para entrar en un ámbito sutilmente terrorífico. Llegan a la mansión de los millonarios confiados en el éxito, pero pronto se darán cuenta de que nada es lo que parece y que deberán resignar su libertad para someterse a un submundo con leyes propias y cuya salida, poco a poco, se va convirtiendo en algo progresivamente quimérico.


LIBROS: Luto, de Edgardo Scott


 

Chiche es dueño de un negocio de electrodomésticos en el conurbano y lleva una vida bastante previsible. Su única distracción, su hobby, es andar en bicicleta al medio día, durante las horas en las que el negocio está cerrado. Un día regresa antes de lo previsto y se encuentra con que dos ladrones están asaltando el local. Corre a buscar un arma, un 38 largo que tiene guardado en su mesa de luz, y mata a uno de ellos mientras que el otro dispara contra su esposa, quien muere en el acto.

            A partir de allí se narra una épica solitaria a lo largo de siete años, una cotidianeidad vacía en la que Chiche agota su existencia. Una escena violenta abre el libro; otra lo cierra. En el medio, a través de una serie de temas recurrentes (la hija, el baldío, los perros, la mujer de la retacería, “los negros”), se va narrando el progresivo declive de un hombre oscuro, poseedor de una violencia contenida que va alimentando su deseo de venganza y conduciéndolo hacia su destino inexorable.

sábado, 18 de abril de 2020

LIBROS: La zona muerta, Stephen King


De repente todo cambió para Johnny Smith. Luego de acompañar a su novia Sarah a su casa decide tomar un taxi. Fue una pequeña decisión que produjo grandes cambios en su vida. Luego de un choque frontal, sale despedido por el parabrisas. Johnny entra en un coma de cinco años. Cuando despierta, su vida ya no es lo que era. Su madre pierde la razón y su novia se ha casado y tiene un hijo. Pero lo peor de todo son aquellas visiones que comienzan a perturbarlo. Con solo tocar a una persona o un objeto que le pertenezca puede saber cosas de su vida: cosas que le han pasado o cosas que le pasarán. ¿Un don o un castigo? Quizás ambas cosas a la vez. Al principio, Johnny lo acepta pero progresivamente comprende que aquello es algo que no buscó y que no desea. El solo quiere volver a su vida normal. Muchos le escriben pidiéndole que les prediga el futuro, pero los ignora. Dios tiene para él un plan, había dicho su madre antes de morir. Una frase que carecía de sentido hasta que su hijo se cruza accidentalmente con Greg Stillson y estrecha su mano. A partir de allí, su infierno lo consume con voracidad. Su salud comienza a deteriorarse y Johnny Smith comprende que debe actuar con rapidez si quiere evitar que se cumpla lo que aquella fatídica visión le ha mostrado cuando estrechó la mano de Stillman.

Mario D. Foffano

miércoles, 15 de abril de 2020

CINE: Sinister, de Scott Derrickson


En principio podría tratarse de una típica película de terror a lo Stephen King. Tenemos a un escritor con una buena historia por escribir y posibilidad de convertirse, una vez publicada, en una celebridad y “pasar al frente”. Para lograrlo, se instala en una casa apartada de todo ubicada a la vera de una carretera por la que no circula casi nadie. Tiene dos hijos: Ashley, a quien le gusta llenar las paredes de su cuarto con extraños dibujos y Trevor, quien sufre una especie de sonambulismo. Su llegada al nuevo hogar no es nada auspiciosa. La primera visita que recibe es la del sheriff del lugar quien lo invita amablemente a mudarse a otro lado. Sabe que es un escritor de casos criminales y que ha llegado allí para investigar la muerte de toda una familia (salvo una de sus hijas que permanece desaparecida). El policía no quiere que alguien venga a revivir una historia que la comunidad intenta olvidar. Pero Ellison, el escritor en cuestión, persistirá en su intento por más que el policía quiera sacarlo del medio. Sabe que la masacre de esa familia es la historia que necesita escribir para reivindicarse como escritor. A todo esto hay que agregar que la casa en la que acaba de instalarse es aquella en donde han muerto cuatro de los cinco miembros de aquella familia, colgados todos de la rama de un árbol ubicada en el fondo del terreno. El prefiere investigar in situ, en el mismo lugar de los hechos, solo que esta vez le ha ocultado ese detalle a su esposa. Lindo coctel para empezar. Pero cuando Ellison descubre en el ático de la casa una caja que contiene un proyector y unas latas de viejas películas en súper 8, ya nada será igual para él. Ni para su familia.
            Algunos elementos que hacen que esta sea una buena película de terror: una banda de sonido que ayuda a la creación de climas; el uso eficaz del fondo de campo (da la sensación de que lo esencial sucederá allí y no en lo que está en primer plano); el uso de los claroscuros que ayudan a mantener la tensión; los maquillajes y la actuación de Ethan Hawke, quien supo interpretar la obsesión del personaje de manera convincente.
            Otro de sus méritos es que Sinister no abusa de los golpes de efecto. El espectador no pega demasiados saltos en la butaca, pero jamás dejará de sentirse perturbado ante una historia por demás inquietante.

Mario D. Foffano

LIBROS: Cometierra, de Dolores Reyes

  La tierra sabe lo que se silencia sobre la superficie, contiene secretos que tal vez muchos sepan, pero no se animan a revelar. En esta no...